Nací en la miseria, nunca conocí a mi padre; mi madre me dio lo único que podía dar: algunas caricias y descargó en mí toda su frustración y mal humor.
Te aclaro algo que para mí es importante: yo no decidí nacer.
Abandoné, siendo muy pequeño, un cuarto que olía a orines, perfume barato y frijoles, y me perdí en las calles de mi ciudad, ¿a eso le llaman libertad?
Desesperado por el hambre aprendí a pedir limosna y también a robar, no encontré otro camino para sobrevivir, ¿acaso vivir así es libertad?
Sin darme cuenta encontré una fuente de alegría sin sentido, logré por un momento olvidar mi soledad y sin detenerme a pensar en lo que mañana pudiera suceder aprendí que mi hambre se podría olvidar.
Sí, encontré a un compañero que me hacía cambiar mi realidad y a partir de ese momento la droga se convirtió en mi cómplice.
Además, nadie podía decirme nada, pues por ahí escuché que yo tenía derecho a hacer lo que quisiera porque eso es libertad.
Un día, sentado a la orilla de la calle, observé a un niño ante un aparador de juguetes, indeciso ante qué muñeco comprar, mientras que yo no tenía otra alternativa que continuar mi camino, con rencor, sin más distracción que mi soledad.
Entonces estalló en mi interior un grito de ira y desesperación: ¡soy libre, pero no encuentro un lugar para dormir!
¿Qué es para mí la libertad?, ¿elección o resignación?, ¿presencia o desesperación?, ¿amor o rencor?, ¿construir o destruir?, ¿vivir o morir?
Tú que hablas de realización, te suplico que me des el conocimiento para aprender a vivir, para llegar a ser lo que debo ser, quiero entender mi realidad, buscar un porvenir, construir un sueño, alcanzar un futuro diferente.
Dame, te suplico, educación y te prometo que aprenderé a usar ese don que Dios me entregó que se llama libertad.
Deseo ser libre para poder amar.
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Un niño que desea encontrar una razón para existir.
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