Fiesta de Toros de Juan Víctor Sánchez Pérez
(Autor y Narrador)
FIESTA DE TOROS
Naces negro y blanco,
creces blanco y negro
entre las flores …
Entre tomillo y romero,
entre los nobles olores …
¡Rompes de pronto en tu plaza,
joven y fuerte y valiente!
¡Sin nadie que te dé caza,
sin nadie que te haga frente!
Olisqueas el albero,
presientes la muchedumbre
y te arrancas bravo y fiero
sembrando la incertidumbre …
Mas … ¡Cuán será tu sorpresa
al advertir el engaño!
Pues cuando alcanzas tu presa
tan sólo el aire atraviesas
persiguiendo un rojo paño …
Hace en ti mella la furia,
hierve tu sangre caliente,
¡y arremetes, inconsciente,
haciendo astillas tu cuna
contra la tabla inocente!
Ya ves …
El burladero se burla
y tú maldices tu suerte
entre fantasmas de trapo
y los olés de la gente …
Tocan clarines, timbales,
al ruedo sale un caballo,
tú lo miras, él se acerca,
de firme te viene al paso
y sin pensarlo te espetas
contra la lanza un puyazo …
Ahora uno, después otro,
¡Y uno más si viene al caso!
Para humillar tu cabeza
y tu nobleza y tu rango …
Y al sonar los instrumentos,
que ya han sido mencionados,
sin dejarte tregua alguna,
ni respiro ni descanso,
le clavan a tu negrura
unos rehiletes en blanco,
o quizá de otra tintura.
¡Quizá negros si eres manso!
No sólo un par sino tres
pares de arpones te ponen
y se insertan en tu piel
arrancando mil clamores …
¡Resuenan ya los tambores,
clarín y timbal otra vez!
Pues el diestro se dispone,
montera en mano, y propone
brindar tu muerte a su rey …
Olé, olé ……………. y olé …
¡Por naturales se ve,
cuándo el torero es un hombre
y cuándo un hombre lo ES …!
Y es aquí, noble berrendo,
cuando acaba el pasodoble,
¡negro y blanco, blanco y negro!
donde cambian el estoque
por uno grande de acero …
Todos se callan entonces,
todo se queda en silencio,
y tú intuyes que las flores,
tu tomillo y tu romero,
no serán más los olores
que jugaban con tu pelo
y te entregas ya de lleno,
por terminar sinsabores,
muriendo contra tu empeño
sin rechistar ni una queja
y así te cortan la oreja
y se la dan a su dueño …
¡No sabes, noble berrendo,
cuán tu vida se asemeja
(quitando lo de la oreja)
a la del hombre en su encierro!
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