Iba vestida como una bailarina gitana la primera vez que conocí a quien sería mi inspiración de vida durante 18 años. En ese momento me encontré con quien ponía palabras precisas a lo que yo anhelaba conocer.
Maravillada por su comunicación, en ese primer encuentro, tomé la decisión que cambió mi vida, y como consecuencia de ello, de muchas personas.
Mi imagen reflejaba el mundo onírico en el que me había refugiado, y sin embargo, también era la búsqueda de un sentido. El deseo de ir más allá de lo conocido.
En mi rebeldía había una llamada a la transcendencia. Esa que nos permite indagar en la pregunta ¿será que vivir es algo más que esto?
Durante unos cuantos años después de conocerla viví sumergida en un vaivén emocional, que enredaba la comprensión, no sólo de ciertas palabras. Por entonces la convivencia conmigo misma era imposible.
Así que fui espectadora en muchas de las experiencias del inicio. Cuando Joaquina se refería a ciertos significados aparentemente sencillos era como si me hablase en japonés. Literal.
Pese a ello, no ponía en duda mi inteligencia, que por entonces parecía diluida por el peso de vivencias sin digerir.
Aquella especie de amnesia que nublaba mi entendimiento, es hoy más universal que nunca, solo que en ese momento era mi particular padecimiento personal.
Como en mi caso, a la mayor parte de la población hay dos cosas que nos cuestan mucho.
La primera: vivirnos libres emocionalmente de verdad; sin evadirnos con sensaciones que a la larga se asemejan a una montaña rusa.
Cuando estamos arriba fenomenal, pero cuando bajamos es un batacazo enorme, que nos hace adictos, a buscar aún más sensaciones para evadirnos.
Nos sentimos momentáneamente libres, cuando en realidad nos distraemos encadenados a muchas cosas naturales de la vida, que se convierten en nuestros carceleros, en vez de acompañarnos en el camino.
La segunda es permitir que nuestros pensamientos estén a favor de lo que somos, facilitando la reflexión.
Por lo menos, la introspección más básica: conocerse y reconocerse en todo lo que nos pasa, en vez de esperar y resentirnos por lo que creemos que nos ocurre, con la fragilidad de sentir que nada tenemos que ver, o todo lo contrario, que hemos hecho algo mal.
Digamos que cada experiencia es en sí misma un proceso de comunicación con uno mismo, que nos da la oportunidad de examinarla sin el parámetro del bien y el mal.
Sustituirle por el deseo profundo de conocernos, y que nuestro sentir, con sus voces a veces contrapuestas, nos ayuden a contrastar sin sentirnos culpables, hasta encontrar respuestas que se apoyen en un criterio propio que nos reafirme y nos de paz.
He comprobado que Pensar bien, Pensar en uno, que el Pensamiento se enfoque en la solución, y sobre todo, que saque conclusiones que pueda aplicar, es la esencia de la Felicidad.
Porque poco, o nada, puede hacer el pensamiento, si éste no se apoya en sentimientos que han hecho de las emociones una partitura que inspira la claridad y la alegría de vivir.
Nos toca perderle el miedo a la vida aprendiendo la responsabilidad emocional y el compromiso con saber pensar.
Estas dos materias que suenan tan bien, son en realidad dos puertas fundamentales para encontrar respuestas a todo lo que aparece en tu universo.
La exploración de ambas aportan claves personales, para asimilar incluso, lo que nos parece lo peor, o lo más desagradable, en un primer momento.
Sin embargo, la mayor parte de la población va perdiendo de vista el acceso a estas dos puertas, hasta el punto en que el trabajo, las relaciones, la diversión, la vida misma, en vez de ayudarte a conocerte, se convierten en una distracción del propio autodescubrimiento.
Cuando se nos olvida que todo lo que vivimos nos permite conocernos, somos víctimas de nuestras elecciones, y de nuestras circunstancias vitales.
Empezamos a sentirnos impotentes, y nada optimistas, ante una aparente realidad que en muchas ocasiones, es alcahueta de nuestra dispersión, o enemiga de nuestras expectativas insatisfechas.
Salir de ahí empieza en el momento que decides. Y te dices: ¡Ya está bien de tenerme miedo! y de seguir de espaldas a mi realidad. Solo porque crees que conocerte es algo malo, raro, o peligroso. Te disuado de ello.
Gracias a quien me inspiró conocerme, hoy encuentro en mis experiencias diarias, una oportunidad de autoaceptación plena, donde conocerme es la piedra de apoyo.
Además del regalo de vivirme muy bien, me sensibiliza a desprenderme, con sencillez, de expectativas que son una barrera para el conocimiento de toda persona.
Porque cada persona que cruza en tu camino es un universo único que merece la pena conocer. Eso es lo que hace fascinante comunicarse. A mi entender, la llave maestra del amor. Feliz semana.
Fotografía tomada de: Designed by mindandi / Freepik
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